jueves, 8 de diciembre de 2011

El mundo es como una amable sitcom del Disney Channel

Somos tremendamente campechanos. Nos conformarnos con vivir en casas de 5000 metros cuadrados con jardín y mayordomo junto a una playa privada en Malibú. Mi padre a pesar de que está todo el día en casa sin hacer nada concreto está forrado de dinero y es más infantil que mi hermanito pequeño. De hecho el maduro de la casa es el canijo. Los demás somos medio lelos y alegremente alocados.


Mi hermana de 10 años va al colegio con ropa sofisticada de última moda, tacones, bolso y maquillada como una si fuera una gogó de discoteca ibizenca que va pidiendo guerra a lo Olivia Wilde un sábado por la noche. Las otras niñas del "supermegacole caro de la ostia" son odiosas, insoportables y si cabe aún más pijas que mi hermana.

Se burlan de ella por que lleva aparatos de colores en los dientes y su chaqueta de piel roja hace ya dos semanas que no se lleva. También se burlan de ella en las taquillas de los pasillos por ser la más lista de la clase y  juntarse en el comedor con los más frikis, los cuales llevan gafas de pasta reparadas con esparadrapo en el puente, son gorditos, feos, ridículos y se ríen por la nariz emitiendo sonidos parecidos a los cerditos pequeños cuando comen.

Pero el que peor lo paso soy yo. Estoy traumatizado desde pequeño por que mi padre nunca fue a verme a la obra de teatro de pre-escolar. Nunca se lo he perdonado. Y para colmo tampoco fue a verme al partido de baseball y tampoco se lo perdoné. Mi padre se siente tan culpable por ello que me ha comprado un deportivo rojo muy molón para ir fardando al instituto. Pero mi vida sigue siendo muy dura. Me ha salido un grano en la nariz que va a arruinarme el baile de graduación. Nunca he abierto un libro expresamente. Siempre estoy en el gimnasio entrenando. A pesar de ello siempre apruebo sin dificultad.

Lo peor de lo más peor de todo es que cada vez que abrimos la boca en casa se oyen unas risas enlatadas que me están empezando a mosquear ya.